25/3/14

Carta a mis lectores: expres(arte)

Han pasado ya casi dos meses desde mi última publicación en este blog, lo que no se debe a que me haya olvidado de él. Ha sido una etapa de reflexión sobre el mundo de la moda y todo lo que gira en torno a este. Mi visión de la moda ha cambiado notablemente, así que daré un giro radical al blog. 

Quizás como blogger no me convenga reconocer la parte superficial que impregna el negocio de la moda, pero creo que debo escribir sobre este tema que tanto me preocupa. Entiendo la moda como una forma de expresarte, como el arte de transmitir en una imagen y como un medio para verte mejor aún. Desde ese punto de vista, la ropa puede ser una gran aliada. Sin embargo, debido a que se intenta comerciar con todo lo que se pueda, veo pervertido este bello mundo. Como nuestra forma de vestir habla por nosotros, a menudo padecemos los prejuicios ajenos. Noto una abismal diferencia en cómo me miran las personas por la calle según el conjunto que lleve ese día. Me quedé impactada cuando una señora que se iba a sentar a mi lado en el metro, al verme vestida toda de negro con una chaqueta de cuero, se dio la vuelta y tomó asiento lejos. Pocos entienden que somos la misma persona llevemos la ropa que llevemos, de tal forma que tampoco su forma de tratarnos debería depender del estilo: desnudos todos somos iguales. El estilo llega a convertirse en un canon a seguir y un criterio por el que clasificar a los demás. De eso se aprovecha la publicidad del mundo del lujo, donde la moda se vende como una forma de distinción, además de comerciar con la necesidad de verse bien. La moda deja de ser a partir de ese momento un arte para dejar paso a la superficialidad. Racionalmente, las compras no nos van a aportar felicidad, sólo una ilusión pasajera. Este mundo se presenta como un dulce manjar basado en el consumismo. Al llegar a este punto de la reflexión, decidí cortar tajantemente las compras innecesarias, y la verdad es que dejarlas me ha aportado en realidad lo que supuestamente me prometían: felicidad. Desde ese momento, cuando miro las etiquetas veo dos cosas: todo lo que no haré por llevarme esa prenda a mi armario y el sufrimiento ajeno causado para que yo pueda llegar a lucirla. 

Si veo el precio y me imagino en una balanza, por un lado, la posibilidad de que una persona desnutrida coma y, por otro lado, una camiseta, ¿cómo tener la desfachatez de salir de la tienda con una bolsa? Ante esto, muchos dicen "es que, por esa regla de tres, no podrías comprar nada, ni ir al cine, porque ese dinero lo podrías destinar a otra causa". Por ello, decidí limitar las compras, de tal forma que no compraría "porque sí", sino intentando comprar sólo cuando la ropa no me quedase ya bien, y además, por cada prenda que entrara en mi armario, saldría otra que podría utilizar otra persona. De aquí surgió mi interés por unas tiendas hasta hace poco desconocidas por mí: las tiendas de ropa de segunda mano o "ropa vintage", como podréis leer en muchas portadas. Aunque la mayoría de revistas se presenten como "verdes", el forzado glamour impregna sus artículos. Esta hipocresía podemos verla cuando publican "vuelve lo hippie", titular que resulta irrisorio porque la filosofía de ese movimiento choca frontalmente con el consumismo que promueven los medios, al igual que dicen dar el visto bueno al estilo "neo punk" que ha impregnado los diseños que han desfilado sobre las pasarelas internacionales más famosas, mientras que dudo que una persona que siga esa tendencia sea bien recibida en una tienda de alguna de esas firmas de lujo. Desgraciadamente, este teatrillo creado en torno a la moda me evoca una palabra que aborrezco: apariencia.

Hablando de apariencia, creo que debo explicar a qué me refiero con "el sufrimiento ajeno causado para que yo pueda llegar a lucir esa prenda". Quiero decir que, cuando miro la etiqueta, no veo simplemente el nombre de un país, sino los derechos que se han ignorado para fabricar con bajos costes. En realidad no pone Made in China, sino Made with misery. Los escándalos acerca de las violaciones de los derechos humanos en fábricas textiles de los países en vías de desarrollo escandalizan a la opinión pública durante unos días y la indignación se materializa en un simple "es una pena" o "se debería acabar con la explotación", pero todo se queda en palabras. ¿Acaso están los consumidores dispuestos a dejar de serlo? Personalmente, si no estoy de acuerdo con la política por la que se rige una empresa, mi ética me impide adquirir sus productos. ¿Comprarías a una marca que sabes que explota a tu padre para tener mayores beneficios? Y si el explotado es un desconocido, ¿entonces no nos deben importar sus derechos? Además, creo que no basta con no comprar a esas empresas, sino que es necesaria la presión ciudadana para que esta situación cambie: el consentimiento te convierte en cómplice. ¿Estamos siendo justos mostrándonos a favor de los derechos humanos y comprando productos creados con base en la violación de estos? Aunque la filantropía es un recurso muy recurrente para la correcta imagen de las marcas, frecuentemente sólo es apariencia, y la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de la que presumen muchas marcas, una simple estrategia sin reflejo en su comportamiento real. Recomiendo este enlace al respecto: http://www.eldiario.es/economia/empresas-indemnizaciones-victimas-derrumbe-Bangladesh_0_172183450.html Además, la Campaña Ropa Limpia defiende la necesidad de un salario digno y los derechos de los trabajadores textiles, cuya página http://www.ropalimpia.org informa sobre qué marcas violan los derechos y publica noticias al respecto.

Espero haber sabido transmitir correctamente mis preocupaciones acerca del mundo de la moda y haber despertado en alguien preocupación - y su actuación - al respecto. Temía estar favoreciendo el consumismo y todo lo que deriva de él, cuando para mí la moda es un arte. 

Publicaré otra entrada en los próximos días. 

Muchas gracias por la atención.

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